El peor pecado de Edipo no fue acostarse con su madre, sino ignorar su verdadero destino. Si algo debemos de aprender de las tragedias griegas es que el destino, sea como sea, siempre encuentra la manera de cumplir sus designios; por más que nos ocultemos de él, siempre estará detrás de nosotros como una sombra oscura y acechante que no nos dejará en paz hasta que moldee nuestra vida a su voluntad.
Incluso cuando Tetis sumergió al pequeño Aquiles en las aguas milagrosas del río Estigia, no pudo evitar que muriera alcanzado por una flecha envenenada. De esta manera, la profecía que dictaba que la vida del joven Pélida sería larga pero aburrida, o bien, corta y llena de gloria; se cumpliría durante la guerra de Troya. Con temor a sonar como un aburrido de superación personal, podemos decir que el Universo tiene trazado un plan para cada uno de nosotros, o al menos eso es lo que parece. Como si se tratase de una versión moderna de la literatura clásica, podríamos citar el caso de Victor Brauner, pintor surrealista francés que durante años vaticinó su futuro en cada uno de los trazos que componían sus cuadros y nunca se percató de ello hasta que la realidad lo alcanzó, mostrándole así el lado más caprichoso de la existencia. Sus imágenes son una combinación de elementos como animales, personas y objetos que, vistos individualmente, carecen de relación o sentido. No obstante, cuando un espectador se para frente al cuadro y lo observa como un conjunto de ideas, se dará cuenta de que se encuentra frente a una especie de sueño surrealista sin precedentes.
Como si un oráculo lo hubiese predicho en cualquier tragedia, las pinturas de Brauner guardaban la imagen de su futuro marcado por un accidente que cambiaría su rostro para siempre. En 1938, mientras se encontraban bebiendo en el taller de Óscar Domínguez, éste comenzó una riña con el español Esteban Francés, misma que culminaría con un vaso lanzado por el anfitrión a su contrincante. Sin embargo, el proyectil no impactó contra su objetivo sino que terminó justo en el ojo de Victor Brauner.
Después de perder el ojo a causa del accidente, muchos de sus amigos se dieron cuenta de que este pintor no sólo tenía una obsesión con la ceguera sino que, de una u otra forma, conocía que en algún momento de su vida ésta lo alcanzaría. Justo como dijo Ernesto Sábato:
Este pintor tenía la obsesión de la ceguera y en varios cuadros pintó retratos de hombres con un ojo pinchado o saltado. E incluso un autorretrato en que uno de sus ojos aparecía vaciado. Ahora bien: un poco antes de la guerra, en una orgía en el taller de uno de los pintores del grupo surrealista, Domínguez, borracho, arroja un vaso contra alguien; éste se aparta y el vaso arranca un ojo de Víctor Brauner. Vean ustedes ahora si se puede hablar de casualidad, si la casualidad tiene el menor sentido entre los seres humanos. Los hombres, por el contrario, se mueven como sonámbulos hacia fines que muchas veces intuyen oscuramente, pero a los que son atraídos como la mariposa hacia la llama.
Precisamente, el cuadro citado por Sábato, pintado siete años antes del accidente, fue lo que convenció a su autor de que él mismo había estado trazando su destino. No sólo se había pintado sin un ojo, sino que se amputó el mismo ojo que el vaso le arrebataría tiempo después. Al percatarse de esta premonición pictórica, comenzó a hacer un recorrido a través de su obra para darse cuenta de que, en efecto, su producción artística estaba tratando de decirle algo que él mismo se negaba a ver.
Un día en el que no tenía nada más para hacer… estaba vacío, quise hacer un retrato minúsculo de mí mismo delante un espejo, y pinté este retrato. Para animarlo un poco, para hacerlo un poco más extravagante, como todo es posible, le quité un ojo. Pues bien, es este mismo ojo el que me ha sido arrancado; la herida era idéntica 7 años más tarde. Y entonces, a raíz del accidente, descubrí que desde 1925 o 1927, he encontrado en mi obra personas cuyos ojos estaban afuera.
A pesar de que a partir de 1948 abandonó el surrealismo, sus pinturas siguieron teniendo un énfasis en la mirada como un elemento imposible de abandonar. Gracias a su terrible accidente y la estrecha relación que éste tuvo con sus pinturas, lo podemos comparar con un lobo que persigue su cola hasta que por fin logra alcanzarla para descubrir la fuerza de su propia mordida.